La mirada tuerta con la “invasión musulmana”

Quien haya leído a Michel Houellebecq ya se imagina la Europa islamizada. El sustituto de Emmanuel Macron, vestido con un turbante y orando a Alá. Cambiando todos nuestra brújula, para pasar a mirar y pensar en La Meca.
Pero si nos fijamos en la realidad, nada de ello asoma por el horizonte. Como tampoco una Europa islamizada. Los datos oficiales dicen que, pese a ser la frontera natural del norte de África, tanto España como Italia apenas concentran población musulmana. En el caso español, incluso aunque comparta frontera física y no sólo marítima con el Magreb…
Es Francia quien lidera el ranking. Y no por casualidad. Porque los colores sobre el mapa nos dicen mucho más del pasado colonial europeo que del interés de los que profesan la religión mahometana por una parte u otra del continente. Tal y como la destacada posición de Alemania nos habla de las líneas de la historia –y, en este caso, más bien la económica.
No es ningún secreto decir que la mayor parte de los franceses musulmanes provienen del Magreb (y, en particular, de Marruecos y de Argelia, ésta última considerada durante sus años ‘franceses’, es decir, durante una gran parte del siglo XX, como un departamento y no colonia) y del África occidental. En ambos casos de países de un continente a menudo olvidado y, aún hoy, unas cuantas décadas después del au revoir oficial, lugar destacado en el mapamundi de la francofonía
En cierta manera, los musulmanes que emigran de estos países a Francia vuelven a su antigua casa. Allí donde en un principio les sería más fácil desenvolverse en el día a día, integrarse y –en consecuencia– hallar mejores perspectivas de vida y laborales.
En paralelo surge Alemania, destino durante décadas de los trabajadores turcos y cuyos descendientes, hoy alemanes, se han convertido en un pilar común del país teutón en los más diversos sectores –desde el político, copresidiendo Cem Özdemir (hasta hace pocos meses) el Partido Verde, o en la selección alemana de fútbol, etc. Los ejemplos sobran.
Porque, como nos relata Jordi Catalan, catedrático de Historia Económica de la Universidad de Barcelona, “la inmigración turca hacia Alemania ha sido desde la posguerra muy importante. Y la explicación principal es el elevado crecimiento industrial de la República Federal, que demandó una cantidad ingente de mano de obra en tecnologías de la segunda revolución industrial. Y no sólo turcos, sino también italianos, españoles y portugueses: países con una oferta elástica de trabajo y dispuestos a emigrar en masa por un salario relativamente bajo”.

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